No le cortes las alas a tus hijos.


Tengo varios amigos que son la tercera generación en el oficio familiar. El abuelo tenía un pollería, el padre continuó vendiendo pollo y ahora el nieto que es de mi edad la atiende, y ya los bisnietos están en el despacho y aprendiendo el oficio. Yo mismo estuve a punto de continuar la tradición familiar, mi abuelo era carnicero, mi padre fue carnicero y aunque yo trabajé muchos años junto a él en la carnicería en el mercado municipal de mi ciudad, decidí estudiar y ser algo distinto en la vida. 

Aclaro, que soy de los que piensan que no hay trabajo malo, todos los trabajos dignifican al hombre y merecen todo nuestro respeto, además debemos agradecer infinitamente a nuestros padres y abuelos, ya que gracias a su esfuerzo, y muy probablemente del que ellos hayan sacrificado sus propios sueños en aras de mantener una familia y darnos educación, es como llegamos aquí.

Yo mismo soy prueba de ello, he sido carnicero, cartero, vendedor de electrodomésticos en tienda departamental, vendedor de enciclopedias puerta a puerta, maestro universitario, controlador de tránsito aéreo, y algunos más, y todos estos oficios me han enseñado y moldeado un poco para ser lo que soy, pero al punto que deseo llegar, es el de no apagar el deseo nuestro, o de nuestros hijos, por querer ser alguien en la vida, porque siempre y sin importar el oficio que desempeñaba, ni la edad que tenía, siempre llevé conmigo un cuaderno y una pluma, donde escribía sin parar mis novelas, mis cuentos y mi poesía.

Estoy leyendo el libro de SETH GODIN, EL ENGAÑO DE ÍCARO, y me llamó fuertemente la atención la reinterpretación que hace el autor del mito de Dédalo e Ícaro dándole un enfoque distinto, al grado que me hizo reflexionar si en realidad nosotros como padres (tengo un hijo adolecente y una hija preadolescente) por nuestra propia ignorancia, o tal vez por miedo de no querer verles sufrir terminamos limitándolos en sus aspiraciones, negándoles soñar en grande, pidiéndoles que no piensen en volar tan alto, incluso llegamos al grado de impedir desplieguen sus alas para que no caigan y procuramos se mantengan siempre con los pies en la tierra, que se sujeten al status quo de nuestro entorno, de lo que nosotros conocemos, para que estemos todos tranquilos.



Antes de entrar en materia les recuerdo el mito.

Cuenta la leyenda, que Dédalo, quien era un famoso arquitecto e inventor, arte que había aprendido directamente de la Diosa Atenea, construyó por órdenes del rey Minos el conocido laberinto de Creta donde fue encerrado el monstruo Minotauro. Sin embargo, y en castigo por haber ayudado a Teseo a salir del laberinto, y para que nadie supiera como escapar nuevamente de él, fue condenado por el Rey Minos a permanecer en dicha prisión junto a su hijo Ícaro.

Debido a que el rey Minos controlaba la tierra y el mar, Dédalo ingenia la forma para escapar por aire. Entonces construye unas alas con plumas de diversas aves y cera, para él y su hijo, pero antes de emprender la huida, Dédalo le advierte a Ícaro que no vuele muy alto, ya que si se eleva demasiado y vuela cerca del sol el calor derretiría la cera de las alas y caería.

Todos sabemos cómo termina la trágica historia. Una vez emprendido el viaje, Ícaro desoye el consejo de su padre, y se eleva muy alto intentando tocar el sol, la cera se derrite, entonces Ícaro, el amado hijo de Dédalo pierde sus alas, cae y muere. Hoy al sur de la isla griega de Samos el mar donde perdió la vida este joven lleva su nombre: El mar Icario.

Esta es la parte más conocida del relato, pero hay otra parte de la historia muy poco relatada y que por lo mismo suele pasar desapercibida, y es que Dédalo también había instruido a su hijo no volar demasiado bajo, ya que el agua y la espuma del mar ocasionaría un peso y deformación en las alas que lo harían perder la fuerza propulsora y también caería.

Seth Godin señala que la sociedad ha creado una cultura que siempre nos recuerda lo malo y peligroso que es alzarse, destacar, distinguirse, y por si fuera poco es casi visto como un pecado el desear sobresalir, ser distinto o tratar de ser exitoso.  Pero ojo, también la historia nos señala que volar demasiado bajo era igual de malo, incluso peor,  ya que aniquilamos nuestros sueños y aspiraciones, nos ponemos limitantes, permanecer en la zona de confort, agachar la cabeza y dejar que la vida nos pase por encima, corremos el riesgo de apagar el brillo de nuestro arte interior para siempre.

No deseo se mal interprete, por supuesto que debemos advertir a nuestros hijos de los peligros que lleva la estupidez temeraria de hacer cosas insensatas, a lo que me refiero y el enfoque que tiene el libro es alentar a las personas a perseguir sus sueños y se atrevan a ser distintos, conectar con el mundo exterior  y con avivar el arte que todos llevamos dentro, buscar sobresalir, tratar de ser exitosos, a pesar de los tropiezos y críticas que podamos recibir. Ayudemos a nuestros hijos a desarrollar todo su potencial.

¿Y nosotros como padres? ¿Qué pasó con nuestros sueños de niños, aquel de ser escritor, pintor, cantante, actor, piloto, arquitecto, locutor de radio, director de cine,  músico etc…? Sé que me leen muchos padres jóvenes, los invito a que volemos juntos  buscando alcanzar nuestros sueños dejando atrás el laberinto al que estuvimos esclavizados por la razón que haya sido, nunca es tarde para emprender el vuelo. Busquen su arte interior, que sé que lo tienen, ya que si me lees tienes alma de artista, seguro estoy de eso, porque solo alguien que tiene alma de artista me leería.

Aquí un fragmento del libro que puede ayudarnos a todos:




 

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